Jornada Mundial de los Pobres, el médico misionero: "Mi mes entre los pobres de Bangladesh"

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António Lourenço

«Los pobres viven en su carne la pasión del Señor». António Lourenço, joven médico portugués, de 30 años, ha contado su experiencia de misión en Bangladesh con ocasión de la VI Jornada Mundial de los Pobres. El próximo domingo, 19 de noviembre, el Papa Francisco presidirá la Celebración eucarística con ocasión de la jornada de este año en la Basílica de San Pedro.

 

¿Qué significa para tu vida «No apartes tu rostro del pobre»?

 

«Significa no tener miedo de afrontar la pobreza, la miseria, y ser capaces de sentir compasión, porque es en esa pobreza, en esa miseria, donde el Señor está más presente. Él mismo lo dice, en un pasaje que el Papa Francisco no se cansa de citar: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25,40). Entonces es en estos hermanos y hermanas más pequeños que el Señor se manifiesta. Me gusta mucho esta otra frase de San Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (cfr. Col. 1,24). En efecto, esto continúa siendo así todavía hoy. Los pobres y los miserables completan en su carne la pasión del Señor. Por tanto, no debemos tener miedo de afrontar la pobreza, la miseria, y de saber sentir compasión, transformando un corazón duro en un corazón de carne».

 

En tu misión en Bangladesh, ¿qué te han enseñado las personas que has encontrado? ¿Cuánto tiempo has estado allí y dónde has estado?

 

«He estado aproximadamente un mes en Bangladesh y la mayor parte del tiempo he estado en el campo de refugiados de Kutapalong. Allí trabajaba en un hospital que atendía principalmente a mujeres y niños, la gran mayoría de los habitantes del campo. Hacía consultas médicas, equivalentes a la medicina general, para tratar enfermedades agudas. Lo que más me han enseñado estas personas es la increíble resiliencia del espíritu humano. Es decir, cómo la muerte, el dolor, el sufrimiento y la miseria van de la mano con el amor, la esperanza, la fe y la paz. Creo que esta es la gran enseñanza. En estas realidades vemos la cruz de Cristo, pero también vemos los signos de la resurrección. Aunque a veces sea difícil, están allí para ser reconocidos».

 

De tu permanencia en Bangladesh, ¿recuerdas una historia, un rostro particular por el cual hayas dado gracias a Dios o le hayas pedido una gracia?

 

«Quizás sea un poco un cliché, pero lo que más me ha impresionado han sido los rostros de los niños que, a pesar de vivir en un contexto tan precario y complicado, que amenaza tanto su futuro, no dejan de sonreír, no dejan de jugar, no dejan de sentir curiosidad por el extraño, por el otro. En fin, no dejan de ser niños y creo que esto es muy conmovedor. Darse cuenta de que incluso en estos contextos más extremos, donde la dignidad de la vida humana está más amenazada, la vida continúa y todavía hay semillas de bondad y de gracia en medio de la peor realidad que podamos imaginar. En efecto, esto es verdaderamente cierto: no existe un lugar donde no llegue la luz de Dios. Incluso en la oscuridad más profunda, esa luz llega».